Eran las 13:14 horas del 19 de septiembre de 2017. Dos horas antes se había realizado un macrosimulacro para conmemorar a las víctimas del terremoto de 1985, por lo que muchos reaccionaron con desconcierto ante los primeros movimientos de la Tierra y cuando empezó a sonar nuevamente la alerta sísmica.
Durante un minuto y medio el suelo se movió de manera brusca. Las potentes vibraciones, que venían del proceso de subducción ejecutado entre las placas de Cocos y la Norteamericana (que tuvo su epicentro entre los estados de Morelos y Puebla), con una magnitud de 7.1 comenzaron a hacer estragos, no solamente en el centro del país, sino también en los estados de México, Tlaxcala, Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Michoacán y Veracruz.
Después del movimiento telúrico, el impacto fue visible. La destrucción material y las pérdidas humanas que aumentaban a medida que pasaban los días, dejaron un escenario catastrófico.
El pasado 19 de septiembre de 2022 hubo una repetición similar a los eventos de hace cinco años. Simulacro a las 12:19 horas y, casi una hora después, un sismo de 7.7 cimbró nuevamente la Ciudad de México y estados del centro del país. Los efectos de este evento, que tuvo como epicentro Coalcomán, Michoacán, fueron menores a los que vivimos en 2017.
Sin duda, las secuelas de estos tres eventos (1985, 2017 y 2022) han dejado grandes heridas en los mexicanos y sus repercusiones suelen llegar a nuestra salud mental, porque al mínimo aviso de un nuevo sismo nos remitimos al miedo y la ansiedad.
Recientemente se ha empezado a hablar de la “tremofobia” como el temor persistente, incontrolable y desmesurado frente a los movimientos sísmicos; problema que puede llegar a alterar las relaciones sociales y familiares. Sin embargo, determinar que existe una fobia a los temblores, como se ha especulado, es erróneo, de acuerdo con los profesores de la Facultad de Psicología de la UNAM, Hugo Sánchez Castillo y Ricardo Trujillo Correa, quienes aseguraron que el término no es válido.
Sánchez Castillo justificó que este término iría más ligado a las secuelas que dejan los sismos como “la ansiedad, la fobia y el trauma postraumático, pero en sí no está dentro del Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM5), que es la obra más completa y actualizada de la práctica clínica, a disposición de los médicos especializados en salud mental y de los investigadores”.
Trujillo Correa criticó el mal uso del término “tremofobia” debido a que no existe evidencia, relevancia, trabajos y tampoco argumento científico que sustente la fobia a los temblores. “Me parece que estamos nutriendo esto de patologizar la vida cotidiana. A todo lo que nos sucede, ya le queremos dar un significado distinto. Si se muere mi perro, es válido que esté triste, pero si ese sentimiento dura una semana, ya muchos señalan que tengo depresión y lo mismo pasa al usar este término”.
Ambos coincidieron en que sentir miedo a los temblores es normal y no se debe esconder ni tener pena por mencionarlo, ya que forma parte de nuestra naturaleza, incluso nos permite estar alerta ante estos movimientos telúricos.
“El miedo nunca desaparece. Nosotros, como psicólogos, trabajamos para que las personas resignifiquen ese miedo y tengan una forma de afrontarlo diferente. Tener miedo a los sismos no debemos verlo como una emoción negativa, sino como una emoción adaptativa. No se debe remover, sino aprender a vivirla”, detalló Ricardo Trujillo.
Hugo Sánchez manifestó que sentir miedo a los temblores es fundamental para la supervivencia, es algo natural e incluso saludable, aunque dejó en claro que cuando este miedo se agudiza y se vuelve algo patológico es necesaria la atención con especialistas.
Simulacros deben continuar
El pasado jueves 21 de septiembre la coordinadora nacional de Protección Civil, Laura Velázquez Alzúa, informó que se plantea la posibilidad de que se lleven a cabo dos o tres simulacros nacionales al año. Esto si bien fue apoyado por la población en redes sociales, también tuvo sus contrapartes negativas, ya que algunos señalaron que “se atraen a los temblores de esta forma” y “que realizarlos de manera reiterativa es una pérdida de tiempo”.
Ante esa situación, los académicos estimaron necesario continuar con estos ejercicios, ya que nos permiten relacionar la alerta sísmica con algo positivo que nos facilita crear una respuesta de sobrevivencia.
“Por ejemplo, los jóvenes que nacieron después del temblor del 85 tomaban los simulacros como juego o pérdida de tiempo, porque no había esta asociación, no había esta continuidad y contingencia en cuanto al estímulo: percibo la alarma sísmica y la respuesta de sobrevivencia. Pero cuando llega el 2017, suena la alarma y empieza el temblor. El sistema nervioso central hizo la asociación inmediata.
Ahora sí, la alarma empezaba a mostrar estos efectos de manera significativa. Son mecanismos de aprendizaje que los aprendemos con un solo evento”, explicó.
“Debemos entender que el beneficio es para la comunidad, es un bien mayor mantener estos mecanismos (realizar simulacros). Los simulacros no debemos tomarlos a juego, la cultura de prevención debe ir más allá y es necesario aceptar que vivimos en una zona sísmica para que cuando llegue otro evento de este tipo, hacer lo que nos corresponde y no nos afecte de la misma manera”, expuso en su participación Ricardo Trujillo.