En términos de supervivencia, es fundamental tomar decisiones eficaces, eficientes, que nos lleven a obtener la recompensa y cumplir con la meta que nos resulte más benéfica de acuerdo con un análisis de costo-beneficio, que se efectúa relativamente rápido.
Para entender ese proceso cerebral, Francisco Sotres Bayón, del Instituto de Fisiología Celular (IFC) de la UNAM, junto con su equipo de colaboradores, llevan a cabo investigaciones, a fin de explicar “cómo el cerebro usa memorias emocionales para guiar decisiones de supervivencia”.
Al participar en el Seminario Internacional sobre Neurociencias y Adicciones, del Laboratorio de Canabinoides, de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, ejemplificó que al elegir entre comer una hamburguesa o una pizza tomamos en cuenta una serie de variables: cuál está más fresca, la de mejor calidad, la que tiene más o menos carbohidratos, grasas o proteínas, la más saludable, cuál se vende en el lugar más limpio, etcétera. Considerar esta cantidad de elementos, podría retardar una toma de decisión.
Para hacerlo rápida y eficientemente, nuestro cerebro evoca memorias de experiencias previas; por ejemplo, “de inmediato recordamos que en una ocasión la hamburguesa nos cayó mal, y optamos por la pizza. En el laboratorio estudiamos lo que pasa en el cerebro cuando tomamos decisiones ventajosas que dependen de evocar recuerdos”.
Nos enfocamos en crear modelos animales donde evaluamos la toma de decisiones guiadas por memorias emocionales: el ejemplo citado se refiere a las que están asociadas a sabores, pero en la investigación también se usan estímulos medioambientales, como un sonido o una luz, precisó.
De igual manera, en el laboratorio desarrollaron novedosos modelos animales para evaluar la supresión activa del miedo en los roedores, en particular, el que implica enfrentarse a cruzar una zona peligrosa para obtener comida.
Este modelo animal, “que recientemente validamos utilizando un ansiolítico comúnmente usado en humanos (Valium), es el primero en evaluar directamente la supresión inmediata y activa del miedo”, recalcó el científico. Además, tiene el potencial de ayudarnos a entender mejor cómo el cerebro toma decisiones a partir de cálculos de costo-beneficio en salud y en enfermedad en humanos.
Memoria de recompensa
Para realizar sus investigaciones, el equipo científico juega con “esas memorias que de alguna forma implantamos en el cerebro de roedores a partir de entrenarlos, que podamos evocar y hacer diferentes manipulaciones para tratar de entender cuáles son los circuitos cerebrales relacionados en las elecciones que tomamos todos los días y que se dan en la naturaleza”, acotó.
A nivel cerebral se crea una memoria de forma casi inmediata y perdura de por vida, llamada de peligro o de “miedo”, que tiene una valencia negativa, pero que en realidad dispara respuestas de defensa ante una amenaza, expuso.
Una de las partes que está relacionada consistentemente en ese proceso, es la amígdala. Pero no sólo esa región está vinculada en valencias negativas; se trata de un circuito cerebral, aclaró Francisco Sotres.
En contraste, están los mecanismos asociados a asignar una valencia positiva a estímulos ambientales; en ese caso se trata de una memoria de recompensa, aclaró el científico.
Se sabe bastante cómo se asignan ambos tipos de valencias; es decir, cómo se crean memorias de recompensa y de peligro, “pero se han estudiado primordialmente por separado, de manera aislada, cuando en realidad no suele ocurrir así”. Se presentan de forma simultánea, en un medio dinámico, complejo, donde se toman decisiones momento a momento, por ejemplo cuando una cebra decide acercarse a un río para saciar su sed, a pesar de que ahí se encuentran sus depredadores.
Buscamos, dijo, manipular y registrar la actividad cerebral durante tareas motivacionales y cuantificar las conductas de supervivencia en ratas. Para ello se utilizan diferentes herramientas de neurociencias, como inactivar con fármacos diferentes regiones del cerebro, o evaluar qué tanto se expresó una proteína que señala la activación reciente de cierta parte del cerebro, etcétera.
El universitario y su equipo de colaboradores encontraron que al disminuir la neurogénesis (generación de nuevas neuronas) se activa el circuito cerebral que expresa el miedo; pero al aumentar esa formación de nuevas neuronas, el circuito implicado en extinguir el miedo, adquiere mayor peso.
“En este experimento, a través de manipular la neurogénesis, podíamos hacer que un circuito preponderara sobre el otro”, destacó el integrante del IFC.
También encontraron que una estructura que correlaciona directamente con la actividad conductual de defensa es la habénula lateral, que ha recibido más atención, porque señaliza algunos eventos aversivos y está implicada en modelos animales de adicción. “Es una región del cerebro que parece ser muy importante para regular el balance entre lo ‘bueno’ y lo ‘malo’”.
Se trata de un “pedazo” de cerebro relativamente pequeño ubicado arriba del tálamo y conectado con numerosas regiones involucradas con la regulación de los estímulos de valencia positiva y negativa; también tiene que ver con la regulación de la actividad de la serotonina y dopamina, neurotransmisores con un amplio rango de funciones.
De ese modo, las neuronas de la habénula pueden señalizar tanto un evento aversivo como uno apetitivo. “Parece ser que tiene la capacidad de realizar cálculos que implican la integración de información, buena y mala”.
Al silenciar esta parte del cerebro con un fármaco y de manera temporal, descubrieron que inactivarla antes del condicionamiento (o aprendizaje), no tiene ninguna repercusión sobre la tarea de regular el peligro-seguridad en los modelos animales.
El objetivo de los estudios es entender cómo se suprime el miedo de manera activa, en un tiempo específico, para obtener una recompensa, ya que puede dar lugar a comprender afecciones mentales, como ansiedad y estrés postraumático, además de adicción, incluso depresión, donde las valencias positivas o negativas se ven afectadas, concluyó Sotres Bayón.