Luego de que en ocasión del 6º Foro Mundial de Deslizamientos, la UNAM, a través del Instituto de Geografía (IGg), recibió la recertificación como Centro Mundial de Excelencia en Investigación de Deslizamientos, continúa profundizando sus estudios en la materia.
Irasema Alcántara Ayala, investigadora y exdirectora del Instituto, recordó en entrevista que en noviembre pasado el Consorcio Internacional de Deslizamientos de Tierra, iniciativa mundial fundada hace más de 20 años en la Universidad de Kioto, Japón, fue el encargado de certificar nuevamente a la entidad universitaria -la primera la obtuvo en 2011- durante la reunión efectuada en Italia.
Con este aval, abundó, la UNAM prosigue con sus investigaciones dirigidas a reducir desastres causados por inestabilidad de laderas en zonas de riesgo. “Se trata de un reconocimiento por parte de la organización científica (con estatus consultivo ante la UNESCO) más importante en el mundo en dicho tema y avala la calidad científica y tecnológica de la investigación desarrollada, así como el compromiso y labor con las tareas de reducción del riesgo de desastres desencadenados por deslizamientos de tierra”.
Los deslizamientos de tierra y los desastres desencadenados por este tipo de amenazas se han incrementado de manera preocupante en las últimas décadas, afirmó Alcántara Ayala.
En el mundo, de 1900 a 2022 se registraron 842 sucesos originados por este fenómeno, en los cuales se perdieron más de 72 mil vidas y aproximadamente 14.8 millones de personas fueron afectadas, de acuerdo con la base de datos internacional sobre catástrofes EM-DAT, refirió la experta.
Esto significa que, en promedio, 121 mil individuos son perjudicados en el orbe cada año. No obstante, aclaró, las cifras se consideran el límite inferior del impacto real en las vidas humanas, porque no se contabilizan eventos pequeños o medianos.
La científica recalcó que de los 842 desastres registrados, 97.3 por ciento ocurrió durante el Antropoceno, o sea, después de 1950. “Mientras el promedio anual para todo el periodo se calcula en 6.9, el promedio antes de 1950 era de 0.43, es decir, menos de un desastre por deslizamiento al año en el mundo, y en las últimas décadas es de 11”.
Aunque no hay cifras exactas del costo que implican, se estima que en ese lapso fue de 23 mil 440 millones de dólares, “cifra muy por debajo de la realidad, ya que además de solo considerar eventos grandes ocurren en gran medida durante la época de lluvia, de manera paralela a las inundaciones; o bien, durante un sismo, lo cual hace difícil separar y documentar su impacto”, consideró Alcántara Ayala.
Estos sucesos se presentan, principalmente, en laderas inestables. Además de la geología hay que considerar factores naturales, como las condiciones hidrológicas, el efecto de la intemperie, la actividad volcánica y tectónica. Se suma la actividad humana que contribuye a través de prácticas como deforestación, minería, construcción de caminos, fugas de agua en tubería y terrazas para cultivos, por ejemplo. Además, hay factores desencadenantes como la sismicidad o la precipitación.
No obstante, reiteró, el incremento en la ocurrencia en zonas rurales y urbanas se debe principalmente a la influencia de origen humano: explosiones artificiales, excavaciones, sobrepeso, fugas en los sistemas de agua potable y drenaje, construcción de taludes artificiales inestables y, especialmente, el desarrollo de asentamientos en laderas susceptibles.
Ante ese panorama, destacó, los sistemas de alerta temprana tienen el objetivo de disminuir el impacto de los deslizamientos de tierra en la sociedad y en el ambiente. Son mecanismos de prevención integrados por un sistema de instrumentación y monitoreo que mide el movimiento de los materiales que constituyen las laderas susceptibles a la inestabilidad, y que buscan predecir las condiciones bajo las cuales pueden suceder para advertir a las autoridades y a la población.
Se componen por elementos básicos: instrumentación y monitoreo de los deslizamientos; identificación de los umbrales y los datos para el establecimiento de avisos y alerta; la comunicación y respuesta. Por supuesto, requieren articulación con los diversos sectores de la sociedad en riesgo, así como mantenimiento y funcionamiento permanentes.
Al respecto, Ricardo Javier Garnica Peña, también académico del IGg, detalló en entrevista que se han utilizado en países como China, Italia, Japón, Estados Unidos o Suiza. Muchos esfuerzos han sido locales y enfocados al análisis de la amenaza de inestabilidad de laderas. Empero, los desastres siguen ocurriendo.
Se ha trabajado en el tema en naciones de ingresos medios y bajos, como India, Indonesia, Pakistán, Vietnam o Filipinas, aunque no tienen suficientes recursos se apoyan en la investigación. Son sitios con condiciones muy altas de vulnerabilidad, susceptibles a la inestabilidad de laderas y con poblaciones marginadas, explicó el especialista.
Falta considerar a las comunidades, de modo que sean partícipes y no sólo receptores de información. “La academia puede funcionar como un puente entre tomadores de decisiones y la participación comunitaria. Ese es un desafío para fortalecer los sistemas de alerta temprana”, acotó.
En su investigación, los científicos han identificado obstáculos que impiden la implementación de los sistemas de alerta en países en vías de desarrollo, y que van más allá de los altos costos de la mayoría de los dispositivos: vandalismo e inseguridad, inaccesibilidad a sitios montañosos remotos; la frecuente interrupción de energía impide que los equipos sigan funcionando y se transmita la información, así como la falta de interés de las autoridades locales por colaborar con la comunidad científica.
En México la situación es similar, destacaron. Falta establecer puentes entre ciencia y política pública, además de comunicación y fortalecimiento de capacidades; una tarea pendiente, el reto más grande que tenemos.
Durante el siglo pasado, más de tres mil 500 personas perdieron la vida por la ocurrencia de 40 desastres desencadenados por deslizamientos de tierra en México.
Vigilancia necesaria
La universitaria sugirió entonces centrar mayores esfuerzos en planificación, ordenamiento territorial y la manera en que desarrollamos y compartimos nuevas prácticas en las áreas científicas y tecnológicas, así como los marcos legislativos. “Todo ello ayuda a evitar la construcción de nuevos riesgos, y no solo a reducir los que ya existen”.
En nuestro país ocurren y seguirán ocurriendo estos sucesos. Tenemos identificadas entidades con gran incidencia como Guerrero, Chiapas, Puebla y una parte de Veracruz; no obstante, “cuando hablamos de la instalación de instrumentación y monitoreo, hablamos de laderas específicas”.
En este contexto, Garnica Peña rememoró que en Teziutlán, Puebla, donde en 1999 hubo una serie de deslizamientos que cobraron la vida de más de 100 personas, el Centro Nacional de Prevención de Desastres colocó una caseta para esos fines y alertar a la población, con base en la identificación de umbrales de precipitación. Sin embargo, ya no existe.
Este esfuerzo, primero en su tipo, tenía una estación meteorológica, equipamiento en la ladera para monitorear las condiciones de humedad del suelo, una estación sísmica, etcétera, pero se detuvo por el robo del equipo. Sin seguridad, difícilmente se puede llevar a cabo este tipo de proyectos, apuntó el científico.