La obesidad tiene una diversidad de causas que no necesariamente se asocian unas con otras de manera lineal: “van de los genes a las personas, a las familias, a las comunidades, incluso a las sociedades enteras”, explicó la integrante del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, Martha Kaufer Horwitz.

 

Al participar en el Seminario Permanente sobre Pandemias y su Impacto en la Alimentación Sostenible. La obesidad entre las pandemias, organizado por el Programa Universitario de Alimentación Sostenible (PUAS) de la UNAM, la experta refirió que es una enfermedad “socialmente contagiosa” porque el entorno la puede favorecer.

 

Sus causas, dijo, van desde lo meramente biológico, incluido lo genético, hasta las que tienen que ver con el consumo y producción de alimentos, sedentarismo, etcétera. “La genética es determinante, pero se requiere de un ambiente propicio para que se desarrolle la enfermedad; obedece también a causas sociales y ambientales”.

 

Los factores que contribuyen a la ganancia de peso, explicó Kaufer Horwitz, son, en general: metabolismo lento, incremento en el consumo de alimentos y reducción de la actividad física. El primero se debe a que conforme avanza la edad el metabolismo disminuye y también a factores hormonales, entre otros; el segundo tiene que ver con el ambiente “obesogénico”, la falta de conocimiento de opciones más saludables para incorporar en la alimentación, el sueño no reparador, excesos en la comida por problemas psicológicos o emocionales, incluso el consumo de algunos medicamentos; el tercero se puede presentar por limitaciones físicas, fatiga crónica, afecciones cardiorespiratorias y dolores musculares, entre otros.

 

Este padecimiento, detalló en la sesión moderada por la coordinadora del PUAS, María Elena Trujillo, origina otros como la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares; sin embargo, hay otras consecuencias, como el hígado graso, afecciones musculo-esqueléticas o renales, o baja autoestima y depresión que se vuelven círculos viciosos para perpetuar la obesidad.

 

Una persona que presenta un índice de masa corporal de 30 o más, tiene el padecimiento, clase 1, 2 o 3. “Si se desea identificar un riesgo adicional se puede medir el perímetro de la cintura”; si es por arriba de 90 en hombres y de 80 en mujeres se trata de una obesidad de tipo central, que es la que confiere mayor riesgo cardiovascular. Además, se requiere una valoración integral para determinar comorbilidades.

 

La científica mencionó que una de las “justificaciones” para no atender la enfermedad es que hay personas obesas que carecen de comorbilidades, como diabetes, hipertensión o problemas osteomusculares. Pero 80 por ciento sí tiene alteraciones metabólicas; “hay que tratarla independientemente de que estas existan o no”.

 

Los objetivos del tratamiento son, sobre todo, adquirir hábitos saludables que mejoren la calidad de vida y la salud; reducir las comorbilidades, que normalmente son crónicas y costosas en su atención. “Hay que reconocer que cada persona es única y cada una requiere tratamiento individualizado”.

 

Luego de recordar que las “dietas mágicas” no existen, recomendó centrarse en un cambio de conducta y no en el peso para que el primero sea estable y sostenible sin importar si el paciente acude a una fiesta, de vacaciones o

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