Benito Messeguer (1927-1982) tenía 35 años cuando empezó a pintar su segundo mural, La creación humana y la economía, en el Auditorio Narciso Bassols de la Facultad de Economía de la UNAM (el primero fue La edad de oro, en el Casino de la Selva, en Cuernavaca, Morelos), y a él se entregó con una intensa e inagotable pasión, hasta que lo concluyó en octubre de 1963.

 

Pertenece a la segunda etapa muralística que se dio en Ciudad Universitaria, es decir, a aquella que vino después de que Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Juan O’Gorman, José Chávez Morado y Francisco Eppens realizaran grandes murales en los muros exteriores de diversas edificaciones.

 

El artista plástico –nacido en Cataluña, España, pero nacionalizado mexicano– ejecutó La creación humana y la economía con pintura acrílica sobre asbesto y cemento en los paneles laterales (poniente y oriente) del mencionado auditorio.

 

“Esta obra, que corresponde a un periodo del muralismo mexicano no tan didáctico ni tan pedagógico como el inicial, comienza en el panel poniente, donde está la firma de Messeguer y, también, la primera dedicatoria, cuyos destinatarios eran dos jóvenes economistas más o menos de la misma edad que aquél: Emilio Mújica Montoya y Enrique Velasco Ibarra, quienes integrarían, años más tarde, el gabinete del presidente José López Portillo”, informa Oscar Molina Palestina, académico del Centro de Enseñanza para Extranjeros de la UNAM y doctor en Historia del Arte.

 

Panel poniente

 

En este mural, Messeguer se alejó del realismo clásico de los muralistas mexicanos de la primera etapa y se acercó a lo que en ese momento se hacía en Europa y Estados Unidos, esto es, a una pintura en la que el color era usado como un medio de expresión y en la que las figuras se desdibujaban en ocasiones.

 

En el primer panel, de izquierda a derecha, se ve una nebulosa con las estrellas que dan origen a la Tierra y, a continuación, el magma que brota de los volcanes y la separación entre la tierra y el agua. Posteriormente, se pueden observar las primeras formas humanas con el fuego creado por el ser humano, que contrasta con el fuego arbitrario que surge de los volcanes.

 

De este fuego se asoman unas manos y un rostro que nos dicen cómo, a partir de la manipulación de lo que la naturaleza le va dando y de su intelecto, el ser humano construye la civilización.

 

Al pasar este punto llegamos a la mitad del panel, donde Messeguer pone algunas de las primeras figuras que el ser humano hace: la Venus de Willendorf, por medio de la escultura, y un cazador de siervos inspirado en imágenes de pinturas rupestres, que lanza una flecha que a su vez lanza un rayo de luz que se proyecta hacia un punto blanco.

 

“Messeguer muestra no sólo la producción de recursos que llevan a la economía, sino también la creación artística como otra de las facultades del ser humano. Y aquí es donde empieza el discurso político-social del mural. De un lado está la Venus de Willendorf, que sería la Mujer Creadora que da a luz a las nuevas sociedades; y del otro, el hombre como cazador y proveedor de estas primeras sociedades. Tras este cazador se proyecta un conjunto de brazos que aran la tierra y que remiten a un ejército que da inicio a otra actividad que, junto a la economía, acompañará al ser humano: la guerra”, apunta Molina Palestina.

 

Asimismo, aparecen unos personajes que ya no sólo cazan con sus arcos y flechas para alimentarse, sino que también pelean entre ellos mismos por los recursos.

 

“Luego se aprecian unos caballos y, junto a ellos, un personaje obeso que monta a otro personaje que avanza en cuatro patas. Ambos simbolizan el sometimiento del ser humano por el ser humano”, añade el especialista universitario.

 

Panel oriente

 

En el panel oriente, que se “lee” de derecha a izquierda, está la segunda dedicatoria: “A mi madre. Benito Messeguer. Octubre de 1963”, que de alguna manera representa la parte biográfica del artista plástico incorporada al discurso del mural.

 

“A veces, en sus obras, los pintores dejan trazas de su vida que ya después nosotros, como investigadores, recogemos para ir dilucidando no solamente el significado de aquéllas, sino también algunos hechos relevantes de su biografía”, comenta Molina Palestina.

 

Messeguer, quien vivió en carne propia los primeros años de la Guerra Civil española (incluso, uno de sus hermanos fue al frente), llegó a México como exiliado cuando apenas tenía 14 años, o sea, cuando la Segunda Guerra Mundial ya había estallado.

 

“Así, de la prehistoria presente en el panel poniente da un salto al siglo XX en el panel oriente. Y aunque entre uno y otro hay un enorme vacío histórico, lo que importa, parece decirnos Messeguer, es que el sometimiento del ser humano por el ser humano se ha prolongado desde el surgimiento de las primeras comunidades humanas hasta la primera mitad del mencionado siglo”.

 

Al principio de este segundo panel, un haz de luz brota en la oscuridad, pero ya no es el mismo de la nebulosa de la que nacieron las estrellas que dieron origen a la Tierra; más bien podría ser el de un arma.

 

“En realidad, es un haz de luz que lleva destrucción y muerte. Y se distinguen también unas figuras femeninas un tanto pétreas que se cubren la cara porque son testigos de los horrores de la guerra, así como un personaje famélico que nos recuerda al personaje de El grito, de Edvard Munch, y cuerpos tirados, mutilados, amarrados, sin cabezas… Y arriba, igualmente en las penumbras, se ve un ejército que avanza con sus bayonetas y otro haz de luz destructor”, indica el especialista.

 

A la mitad de este panel, correspondiéndose con la Venus de Willendorf y el cazador de siervos del panel poniente, aparecen cuatro figuras con los brazos abiertos en diferentes ángulos que nos recuerdan al Hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci, y que nos hablan no sólo del ser humano destructor, sino también del ser humano creador, y varios rostros masculinos y femeninos de distintas razas, y unas manos que los protegen.

 

Por fin, la guerra acaba, pero principian los Estados totalitarios. Por eso, se observa una construcción totalitaria que lo mismo puede ser una fábrica que la muralla de una prisión; y abajo, una pareja de ancianos tirados y, junto a ella, un niño y una niña que simbolizan el futuro y que podrían cambiar, más adelante, un mundo regido por el capitalismo y el comunismo.

 

“A diferencia de los muralistas mexicanos de la primera etapa, Messeguer no asumió un discurso comunista. En lugar de eso, presentaba, con una actitud crítica, las dos caras de la realidad que se vivía entonces”, acota Molina Palestina.

 

El mural termina con un personaje humano con tres caras y las manos extendidas: en la izquierda sostiene el símbolo del átomo, que alude a la era atómica, y con la otra señala hacia adelante, hacia el futuro.

 

“En este mural, Messeguer nos demuestra que la economía y la guerra han acompañado al ser humano desde los inicios de la civilización y que la guerra ha sido parte de la economía. Y de algún modo lanza la siguiente pregunta: ¿cómo pueden formarse las nuevas generaciones e interrumpir esta inercia que esperamos que en algún momento se vuelva positiva, luminosa?”, finaliza el especialista.