Sin los huracanes, el noreste del país es una zona de poca lluvia, semiárida. Por ello, la gestión del agua debe hacerse de forma más conservadora y segura, pensando en que las precipitaciones que provocan esos fenómenos meteorológicos “son un extra y no lo común”, expuso el investigador del Instituto de Geografía de la UNAM, Víctor Magaña Rueda.

El científico mencionó en entrevista que al estudiar las amenazas climáticas, vulnerabilidad ante la sequía meteorológica y riesgo de crisis hídrica en el área metropolitana de Monterrey “notamos, en series de tiempo muy largas, de casi 100 años, que en general tiende a llover un poco más en esa zona del territorio nacional, pero eso no garantiza que tengan más agua, porque lo que crece verdaderamente rápido es la demanda”.

Ese es un factor principal de la problemática: tan sólo hay que pensar en el crecimiento poblacional en la capital neolonesa, que hace 50 años era de menos de un millón de personas y actualmente es la segunda zona metropolitana más poblada del país, con más de cinco millones.

Magaña Rueda explicó que una crisis hídrica consiste básicamente en que “no alcanza el agua para lo que queremos, y recibe ese nombre porque se ha vuelto una condición casi permanente”. Un ejemplo es la Ciudad de México.

Pero en ocasiones llega a extremos dramáticos; eso es lo que sucede en urbes como Monterrey, ubicadas en regiones donde hay poca agua y donde se presentan episodios de sequía meteorológica (cuando llueve menos de lo que se espera), que se traducen en sequía socioeconómica (cuando el vital líquido no alcanza para cubrir las necesidades de la población).

Cuando se habla de este problema, recalcó, es necesario considerar las precipitaciones durante cierto periodo y, de forma importante, cómo se administra el recurso. “Ahí es donde está una de las causas de las crisis hídricas en la mayor parte del país: el manejo no ha sido el adecuado y, por lo tanto, nos volvemos altamente vulnerables a los episodios de sequía meteorológica”.

A diferencia de las sequías hidrológica (cuando no hay suficiente líquido en embalses, presas, etcétera), agrícola (cuando no hay agua para los cultivos) y socioeconómica, la meteorológica sí es parte de un proceso natural; en las otras está implicado el manejo del recurso. Por eso, cuando se habla de ese fenómeno, en buena medida se refiere a falta de planeación, al factor humano, apuntó.

Cuando los sistemas de distribución tienen daños o las tuberías se rompen, se trata de un problema de manejo, “pero es más fácil culpar a un ente invisible, como el clima, y dejarle toda la responsabilidad de que el agua no llegue a las personas, ‘porque no ha llovido’”.

La gestión del agua debe planearse: ante el aviso de una sequía o del aumento de la demanda, hay que anticiparse. Pero si solo se gestiona en términos de “cuánta agua tengo y cuánta doy”, se generan las crisis en la materia, advirtió el experto.

En contraste, con una gestión adecuada se distribuye menos líquido, se pide a la población que ahorre y se ajuste a una menor disponibilidad, se cambian las prioridades de la distribución, etcétera. “Conocer la variabilidad climática resulta fundamental, sobre todo para administrar y planear”. Si el conocimiento del clima es limitado, como sucede en diversos organismos, es poco lo que se puede hacer y se cae en la “explicación naturalista” consistente en echarle la culpa a la naturaleza de lo que ocurre.

En la zona semiárida del noreste, detalló, gran parte del agua que se acumula en las presas se consigue por la entrada de ciclones tropicales; cuando llega un huracán a la zona de Tamaulipas y Nuevo León se recuperan sus niveles. Pero si pasan periodos continuos en los que no llegan, no hay una recarga suficiente y se producen las sequías hidrológica y socioeconómica.

Víctor Magaña abundó que con base en series de datos largas y del análisis de presas como El Cuchillo, se ha visto que la evaporación en esa zona parece disminuir, porque la humedad en la atmósfera aumenta y pierde la capacidad de recibir más vapor de agua. “Eso nos llamó mucho la atención; si así ocurre, ¿por qué los embalses, las presas, los cuerpos de agua, tienen cada vez menos agua? La explicación es que cada vez se extrae más líquido de esos sistemas”.

Con el tiempo se deberá aumentar la disponibilidad de agua; pero eso no se logrará sólo al construir más presas o sistemas de captura de lluvia. Se deben implementar otras acciones como el reúso, mejorar los mecanismos de distribución o que las autoridades correspondientes aprovechen la información climática para definir el reparto; mientras que la población deberá aprender a usar menos líquido para tener la misma calidad de vida.

“Hay un abanico de opciones para gestionar de forma eficiente el agua, con el fin de garantizar que alcance para todo lo que se necesita, evitando sesgos en la distribución”, acotó.

En opinión del doctor en Ciencias Atmosféricas por la Universidad de California en Los Ángeles, no hay que pensar en panoramas catastróficos, de guerras por el agua o muerte, sino en nuevos sistemas para resolver el problema, como los que obtienen el vital líquido del aire. La ciencia y la tecnología avanzan; se ha descubierto que, al parecer, las lluvias se infiltran y van a los acuíferos más rápido de lo que se pensaba, lo cual mejora la capacidad de manejo de operación y aprovechamiento inteligente del agua del subsuelo. “El futuro debe ser más prometedor si trabajamos en ello”.

En la Ciudad de México también es un problema prioritario, y aunque se han tomado acciones para enfrentarlo, crece más rápido que las soluciones que se comienzan a implementar.