En el urbanismo y la arquitectura mesoamericanos el espacio exterior es lo más importante. Las construcciones, con frecuencia monumentales y con numerosos elementos como fachadas, bajo y alto relieves, además de pinturas, son las caras de los lugares públicos, afirmó Genevieve Lucet, investigadora del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM.

 

“En los sitios arqueológicos existen varios niveles de sitios interiores, unos eran muy privados, como los patios rodeados de cuartos que se usaron mucho en Teotihuacan, y gradualmente avanzaban hasta llegar a grandes plazas públicas, donde la población general estaba autorizada a realizar eventos múltiples como rituales, festejos, danzas y mercados con intercambio de mercancías”, explicó la doctora en arquitectura.

 

En un trabajo conjunto con Leticia Staines Cicero -también investigadora de esa entidad académica, historiadora del arte y experta en cultura maya-, las académicas buscaron entender cómo estas áreas se podían comparar, como en el caso de: Xochicalco (Morelos) y Toniná (Chiapas).

 

Las universitarias comentaron que en ambos lugares en la parte monumental, ritual y palaciega se utilizó el cerro, logrando que la comunidad quedara en las amplias zonas que están en la base. “Analizamos cómo se establece la relación entre los diferentes niveles sociales, esa fue la pregunta inicial del trabajo”, señaló Lucet.

 

Staines Cicero puntualizó: La importancia del estudio es porque la población podía transitar por ellos, y la intención de la élite era establecer una serie de imágenes (algunas con relieves) que se podía ver en los grandes monumentos. Esto era para comunicarle a la ciudadanía un tipo de información que manejaba ese grupo.

 

Que la élite estuviera arriba del cerro era estratégico para ver a los enemigos, al tránsito y lo que sucedía lejos. “Pero en un sentido cosmológico en Mesoamérica este representa a la Montaña Sagrada, en cuyo interior inicia la vida y se encuentran el agua y el inframundo”, subrayó la especialista en cultura maya.

 

Xochicalco se ubica en el altiplano de México y Toniná en el área maya. La razón de que ambas se hayan erigido sobre un cerro es en referencia a la montaña sagrada, además de que corresponden al mismo periodo, teniendo su apogeo en el clásico tardío (300-900 d.C.).

 

Lucet precisó que la arquitectura tiene una intencionalidad en quien va a construir, y muestra elementos referentes a cómo me ven, cómo me veo, y si domino o no a la gente. “A través de desniveles, de muros, va trabajando estas relaciones sociales entre la población”.

 

Staines Cicero eligió Toniná, que tiene la mayoría de las edificaciones más importantes en la ladera del cerro, donde se construyó 80 por ciento de la ciudad y siete plataformas con gran cantidad de habitaciones que ahora son subestructuras porque grupos posteriores de Mesoamérica erigieron encima.

 

Xochicalco, además de coincidir con la temporalidad de Toniná, sorprende porque aunque está en el altiplano, cerca de la Ciudad de México, tiene rasgos como los de la cultura maya. En su auge, abundó Lucet, Teotihuacan ya no tenía la importancia que tuvo hasta el año 500 y su fuerza política y militar habían disminuido. Entonces esta zona se llenó de elementos provenientes del área maya, y se fueron mezclando culturas.

 

Su conformación arquitectónica es de arriba hacia abajo, y corresponde a una estructura social bien definida. No hay cultos en las terrazas superiores, había palacios donde vivía la clase alta. Luego, la organización es como en anillos alrededor del cerro, y un poco más abajo está el nivel ritual: de un lado para la población general y, del otro, para esa práctica privada, añadió.

 

La ocupación social y política de los grupos más bajos y la ritualidad se manejaron de forma distinta a la zona maya. “No tenemos muchos elementos simbólicos para la población de Xochicalco, como sucede en Toniná”, comentó.