La escultura ecuestre de Carlos IV, también conocida como “El Caballito”, creada por Manuel Tolsá, fue la primera de este tipo fundida en América y para la cual se elaboró “un bronce característico” y un sistema específico de poleas y carros para moverla.
El investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas (IIE) de la UNAM, Omar Olivares Sandoval, señaló lo anterior y que para realizarla además se apoyó en literatura de larga data y de múltiples conocimientos que técnicos y expertos tenían en América para unir el material, los cuales innovó.
Esa estatua que buscaba recalcar la fidelidad de los súbditos de estas tierras hacia la monarquía española, con el paso del tiempo se constituyó en pieza central de la historia del arte y en testigo de la modernización de la Ciudad de México.
El doctor en Historia del Arte relató que la pieza fue parte de un proyecto de remodelación urbana y de modernización de la Plaza Mayor de la urbe, a fines de la Nueva España. En 1824 -luego de la Independencia- hubo encono hacia diversos símbolos y monumentos, incluida esta. Se dice -aunque faltan fuentes para comprobarlo- que Lucas Alamán la envió de la Plaza Mayor al patio de la Universidad para salvarla de la destrucción.
“Allí empieza la idea de que es una obra de arte que vale la pena conservar, y se separa de sus lazos políticos”, aseveró el especialista universitario.
En 1852 la escultura fue rehabilitada y se colocó nuevamente en un lugar importante del espacio urbano: en el cruce de Reforma y Bucareli, avenidas principales que atestiguaban el proceso de modernización de la ciudad. “Es decir, se vuelve otra vez parte de un marco urbano, de los símbolos ya del siglo XIX”, agregó.
En 1972 se trasladó frente al Palacio de Minería -construido por Tolsá- y en el patio del Museo Nacional de Arte se institucionalizó como parte del patrimonio artístico y de los monumentos nacionales.
El universo técnico de Tolsá
Olivares Sandoval, experto en historia del conocimiento técnico en las obras de arte, compartió que en 2013 la escultura ecuestre de Carlos IV fue intervenida y sufrió un grave daño en cerca de 45 por ciento del bronce de la superficie.
Esto originó que el Instituto Nacional de Antropología e Historia coordinara un grupo de especialistas quienes realizaron análisis científico, diagnóstico y estudio de las metodologías que debían usarse para su preservación. El equipo fue encabezado por Liliana Giorguli y Arturo Balandrano, quienes efectuaron recomendaciones para conservar la estatua y restaurar el bronce.
En la UNAM se le ha dado seguimiento mediante el Laboratorio de Diagnóstico de Obras de Arte del IIE, que además es sede del Laboratorio Nacional de Ciencias para la Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural.
Olivares Sandoval, junto con la investigadora Nora Pérez Castellanos, también del IIE, han estudiado el universo técnico de Manuel Tolsá, arquitecto, ingeniero y escultor español. Para ello indagaron en fuentes documentales y analizaron los materiales del pedestal y de la estatua.
Uno de sus primeros hallazgos fue que a finales del siglo XVIII no había, ni en España ni en América, escuelas donde se enseñara fundición de estatuas ecuestres.
Además, había pocas fuentes documentales: la Enciclopedia de Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert, que contenía artículos sobre la fundición de estatuas ecuestres, basados en el Tratado de Germain Boffrand de 1743, y en la que Tolsá se habría apoyado. También el libro de José Díaz Infante, Pirometalia absoluta o arte de fundidores.
“Tras la compulsión de diversas fuentes y el análisis de la composición del material, proponemos que Tolsá consultó tratados que estaban prohibidos por la Inquisición en la Nueva España y/o se apoyó de personajes que probablemente los tenían, como Fausto Delhuyar, quien estuvo a cargo del Real Seminario de Minería; y de Salvador De la Vega, quien fue un fundidor de campanas importante en la Nueva España”, enfatizó.
Los investigadores de la UNAM llevaron a cabo una reflexión histórica sobre los términos que se usaban para los metales en esa época. Por ejemplo, uno fundamental para la fundición de estatuas ecuestres era “la calamina” o latón.
En los tratados se dice que le da un color más amarillento al bronce porque si se usa uno puro la estatua adquiere un color rojizo. Para aminorar ese efecto se utilizaba una mezcla famosa llamada “bronce Keller”, que, según los tratados, era una mezcla compuesta por dos tercios de cobre rojo y uno de cobre amarillo, detalló Olivares Sandoval.
“Nuevamente, tras el análisis de material y de fuentes documentales, notamos que Tolsá usó una proporción mucho menor de latón de lo que indicaban estos tratados. Creemos que con el conocimiento de la tratadística y apoyado en los fundidores de la Nueva España, decidió recubrir la estatua con un pigmento oliváceo -ese fue el término que se utilizó- para darle este aspecto viejo, del paso del tiempo que tienen los bronces”.
Adicionalmente, explicó, se diseñó un sistema de poleas y carros para mover la estatua. “El virrey José de Iturrigaray, quien la inaugura, le pide a Tolsá esos planos para mandarlos a la Corte de España. Es decir, hubo un movimiento trasatlántico de estas innovaciones técnicas que estaban ocurriendo en la Nueva España”.
Otro elemento clave para la creación de esta escultura fue la estructura monárquica que operaba en este momento en la Nueva España, y sin la cual hubiera sido imposible obtener el latón que provenía de las minas de Riópar, de la Sierra de Alcaraz, al sur de España; y que la monarquía transportaba a América.
El investigador de la UNAM, especialista en la historia de los materiales, señaló que estudiar las técnicas con que fue construido “El caballito” ayudará a su conservación, pues necesariamente tendrá que ser intervenida, pero deberá hacerse con un método científico, con base en los conocimientos a los que hemos llegado, concluyó Olivares Sandoval.